
Hace algunas noches atrás, buscábamos la intervención de Dios para prolongar la vida de mi querido primo Victor Manuel Rosario Burgos. Sabíamos por su esposa Leo que estábamos en los albores de su viaje final, pero hicimos lo que humanamente es posible, que es agradecer a Dios por haber colocado entre nosotros a un ser iluminado de amor, compasión y paz y pedir por su restauración de salud.
Aunque residió en muchos lugares de Puerto Rico, Estados Unidos y el mundo, Vega Baja fue uno de esos puntos de partida y de regreso en su vida. Nunca pudo ejercer la profesión de abogado que estudió, pero vivió como si hubiera tomado esa educación para conocer más de lo que ya era en su interior, un hombre correcto y de bien. Curiosamente, su vida laboral la hizo vinculado principalmente a la industria de la salud en Puerto Rico.
Victor Manuel era hijo de dos personas maravillosas, Victor e Irma, que le dieron una niñez privilegiada con toda la compañía de unos buenos padres, una familia inmediata y una familia prolongada dentro de la soledad de ser único hijo. Raul López y Anilda Torres fueron también sus padres y orientadores espirituales en el mejor sentido cuando llenaron la ausencia de su madre por fallecimiento prematuro. Recuerdo que Lila era su abuela, pero igual lo amaba su tía abuela Ana, Liliana y todos los primos y amigos que de alguna manera estábamos en el entorno familiar.
En su camino conoció a la maravillosa española Leo, con quien se casó, tuvo dos hijos y disfrutaba, como era usual en él, del amor de una querida nieta. Leo ha sido la compañía perfecta con la que ha cerrado el libro de su vida.
Gracias a todos los que respondieron al llamado que les hice por su salud. Dios contestó brindándole salud eterna, junto a su lado.
