Psicología de Pueblo, por Agustín Alvarez Rodríguez

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Por Agustín Alvarez Rodríguez

 Publicado originalmente por el Diario Vegabajeño de Puerto Rico el 30 de junio de 2014.

Don Agustín Alvarez Rodríguez ha sido una de las personas que más ha querido a Vega Baja y a los vegabajeños. Fue un niño inteligentísimo y elocuente, un jóven de grandes inquietudes y un adulto que sirvió al frente de la cultura. Provino de una familia vegabajeña por adopción que produjo descendencia de buenos ciudadanos, queridos y recordados como Brígida, Fernandito y el mismo Agustín. En este escrito, publicado en la Revista Veredas de abril de 1963,  Agustín piensa que su pueblo está cambiando y se encuentra un poco decepcionado, pero a la misma vez, cree que hay ejemplos buenos para imitar en los vegabajeños que le precedieron y otros con los que compartió su vida.

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Psicología de Pueblo

Editorial de Veredas, Organo Cultural Vegabajeño al Servicio de la Comunidad, Año 1, Num. 2 Abril de 1963.

Porque hemos vivido mucho en este pedazo de tierra querido, nos consideramos autorizados, sin que seamos psicólogos, para hablar de Vega Baja.

No creemos que nos será fácil acertar con la expresión que mejor defina la modalidad psicológica de nuestro pueblo. De este pueblo que jamás ha ofrecido a nuestra condición de buceadores mayores resquicios por donde podamos infiltrarnos para juzgarlo. Ni nos valdremos de circunloquios o ambigüedades para expresar el concepto que nuestro pueblo nos merece. Y pensamos que nuestras opiniones deben ser decisivas, categóricas y hasta brutales.

Empezaremos a decir que los 30 mil o más habitantes de nuestra comunidad debieron ponerse de acuerdo para despertarse de golpe. Estamos muertos de sueño y estupefacción   Nuestros fines no son los de hacer una crítica severa al pueblo que tanto amamos. No. sólo nos guía el deseo de señalar la deformación que sufre. La sociedad ha perdido mucho al sumergirse en este ambiente de materialismo que nos estrangula a todos por igual. Conste que no aspiramos a que estas manifestaciones sean desconsoladoras. La verdad es que no le damos importancia a las cuestiones importantes a pesar de lo mucho que hay por hacer. Nos enamora y nos seduce perfumado y la superficialidad.

Nosotros no somos escritores que tengamos las pupilas de vidrio. Nos agrada señalar rumbos que conduzcan a planos superiores con la pureza y la castidad con que hablan los que tienen paz mental. Y pedimos perdón a aquellos que difieren de nosotros.

Vivimos los sueños y las quimeras de la noche alucinada y nos arrodillamos frente a las auroras cuando con sus dedos de rosa abren temblando de rubor las puertas del cielo. Es por eso que nos apena la desidia de nuestro pueblo que se conforma con el reinado de la pedantería.

El amor no solo se nutre de la realidad, también se nutre de los sublime. La realidad es pan de cada día, pero lo sublime es pan de eternidad. La fisonomía de este pueblo bueno ha cambiado como la de un actor que se quita la careta. Ya parece una población consagrada a faenas no deseables: es olvidadizo. Ni siquiera recordamos a nuestros antepasados que yacen en la penumbra histórica.

!Ah, si nos fuera dable exhumarlos para escudriñar los entresijos de cómo actuaron ellos!

Rafael López Landrón, Manuel Angel Martínez Dávila, Leonardo Igaravídez, Julián Blanco, Trina Padilla, Inés Navedo, Brígida Alvarez, Tulio Otero Ramírez, José Francisco Náter, Miguel Rodríguez Sierra, Tomás Prado, Francisco Otero Franqui, Luis García, Emilio Miranda, Fernando Enríquez, José Pérez Cruz, Ramiro Martínez, Angel Sandín y otros. 

Todos juntos forman un collar de valioso prestigio por sus excepcionales condiciones de hidalguía y caballerosidad. Nos enorgullece el pasado; nos ruboriza el presente.

Seríamos felices si se nos prueba que estamos equivocados en este concepto psicológico que hemos hecho de nuestro Vega Baja.

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