Salubridad Pública y epidemias, por Carlos M. Ayes Suárez

Salubridad Pública: la ficticia contradicción entre el hombre y la naturaleza

La epidemia del Sinochus pútrido de 1835.

     Durante el periodo de gobernación del Mariscal de Campo Don Salvador Meléndez Bruna,[1] se enfatizó en que los pueblos que se constituyeran, lo hicieran a tenor con la legislación existente. Resulta obvio que se observaba un proceso poblacional con características propias pero ajenas a las nociones de urbanismo de la época. Una de las instrucciones contenidas en el Libro 4º, Título 7, Ley III de las Leyes de Indias titulada “Que el terreno y cercanías sea abundante y sano.” ordenaba “…que no tengan cerca lagunas ni pantanos, en que se crien animales venenosos, ni haya corrupción de ayres, ni aguas.”  Y es que desde que se reglamentó el establecimiento de los asentamientos, los lugares pantanosos y donde hubiese lagunas eran considerados insalubres ya que entendían que dichas condiciones medioambientales corrompían el aire y las aguas.[2]

     Sin embargo, las condiciones geográficas que eran consideradas como un problema desde el punto de vista salubrista fueron un factor positivo desde el punto de vista agropecuario. Los mineros de la región de Cebuto el bajo (Bajo Cibuco) se dedicaron, entre diversas prácticas agrícolas, a la crianza de cerdos.[3] Durante todo el siglo XVI, las extensas marismas habían sido aprovechadas en la crianza de ganado particularmente porcino.[4] En efecto, a finales de la centuria, en Cabo Carigua el Capitán General Diego Menéndez de Valdés (1582-1592) mantenía en el lugar un hato de crianza de cerdos.[5]

      En el periodo en que se funda el pueblo de La Vega, la existencia de extensas marismas y lagunas seguía dominando la región y si bien se advierte del uso de las mismas para la crianza de ganado, también se enfatiza en el problema que representaban, particularmente para los transeúntes durante el periodo de lluvias, ya que el camino que comunicaba con la ciudad capital discurría a lo largo de las mismas.[6] Dicha percepción del entorno geográfico se mantendría por mucho tiempo. Con las reformas agrarias introducidas desde el siglo XVIII a raíz del informe del Mariscal Alejandro O’Reilly[7], hubo una demanda en aumento por tierras para dar cultivo a productos comerciales que requerían de grandes extensiones de terreno.

     La preocupación de parte del Cabildo Constitucional de Vega Baja, por las limitaciones que imponían al desarrollo agrícola y a la salud pública “las aguas pantanosas” localizadas en los criaderos del Hato de la Marisma los llevó a plantearse la urgencia y la necesidad de llevar a cabo el desmonte de los mismos para lograr el desagüe de los pantanos.[8] Dicha percepción salubrista prevalecería a lo largo de todo el siglo XIX. De hecho, ya desde el 30 de Enero de 1816, se había instalado una cátedra de medicina, bajo la dirección del Dr. José Espaillat, e iniciado un proceso de reglamentación de la práctica de la medicina en el imperio español.[9] Pese a que ya el Capitán General Salvador Meléndez Bruna se había expresado sobre la necesidad de prohibir la práctica de la medicina por personas que no tuviesen licencia, encontramos que las instrucciones habían sido ignoradas. Al ser sustituido por el brigadier D. Gonzalo Aróstegui y Herrera (7 de agosto de 1820-11 de febrero de 1822), este vuelve a recalcar en la necesidad de prohibirle la práctica a “curanderos y empíricos sin autorización.”[10] En las postrimerías deltercerperiodo constitucionalista, el pueblo de Vega Baja encararía la que parece corresponder a la primera epidemia que vive la población.

     El 14 de diciembre de 1835, la Junta de Sanidad de Vega Baja[11], le cursa un Oficio al Lcdo. D. Miguel de Cotto, en su hacienda de La Candelaria[12], informándole del brote de una enfermedad en la población desconocida para ellos que estaba causando destrucción y requiriéndole que el mismo los visitara para llevar a cabo una inspección.[13] Ese mismo día y el siguiente visita los enfermos y, por instrucciones del Gobernador y Capitán General[14], continúa las visitas a diario. Luego de visitar la población fue a visitar otras personas contagiadas fuera de la misma.

     El licenciado Cotto no especifica el lugar donde vivían los contagiados por la epidemia. Pero por los factores ambientales que describe, se trataba de los barrios localizados en el llano costanero del norte.  Cuando visita por primera vez la población, ya habían muerto once (11) personas contagiadas. Informa que al menos cuatro (4) personas visitadas murieron al séptimo (3) y octavo (1) día de contagio. Aparte de las quince (15) personas que murieron, 27 más se contagiaron. La epidemia dejó como saldo cuatro (4) esclavos contagiados de los cuales mueren tres (3).[15] Al comparar la extracción de clase de las víctimas de esta epidemia con la que afectaría al pueblo veinte años después, observamos que, con la excepción de los esclavos, los afectados pertenecían a los altos estamentos de la sociedad colonial.

     Anota el licenciado Cotto que la enfermedad epidémica a la que se enfrentaban era conocida como Sinochus pútrido[16] y que la misma había sido causada por problemas de insalubridad relacionados con el paso del temporal del 13 de agosto de 1835[17] y los estragos que el mismo causó a la agricultura.[18] Durante la avenida de los ríos que discurrían por la región,  los animales muertos eran arrastrados por las corrientes produciéndose su descomposición en las aguas empozadas cercanas a la población.[19] Dicha situación, junto al proceso inherente de descomposición orgánica, daban lugar a los “efluvios” y “miasmas” de las ciénagas y embalses localizados al Este y al Norte del pueblo, que eran considerados “causa esencial y primitiva” de los problemas de salubridad que estaba encarando la población.[20] Por eso es que recomienda que se destruyan de forma efectiva lo que consideraba como el hogar de la putrefacción.[21]

     Aunque los inicios del poblado se remontaban a la centuria anterior, durante el periodo de la epidemia no advertía un significativo desarrollo urbano ni económico. A pesar de las condiciones geográficas que prevalecían al 11 de febrero de 1836, la agricultura comenzaba a desarrollarse de forma óptima. Sin embargo, era imperativo, en opinión del Lcdo. Miguel Cotto, la desecación de los pantanos.[22]

La epidemia del cólera morbo asiático de 1855-56.

     Décadas después de que la epidemia de Sinochus pútrido causó estragos en un sector de la población, la misma volvería a encarar otra epidemia de mayores proporciones. Veinte años después prevalecía la creencia de que la existencia de pantanos y lagunas seguían representando una seria amenaza para la salud pública. De hecho, en respuesta a una consulta que lleva a cabo el Coronel General el 24 de enero de 1852, a la Real Sub-delegación de Medicina[23] sobre su interés en desecar diversas lagunas existentes cercanas a la ciudad de San Juan por razones de salubridad, éstos le responden que deben de secarse “todas las lagunas inmediatas a las poblaciones y, en general, todos los lugares pantanosos; porque, es sabido; que son el origen constante de enfermedades más o menos graves y, en estas circunstancias, hasta de epidemias devastadoras, por las emanaciones miasmáticas que de ellos se exhalan.[24]

     Resulta obvio que las atenciones que se les estaba prestando de forma preventiva a un posible brote de cólera morbo, respondía al hecho de que durante dicho periodo había un brote de dicha enfermedad en el continente europeo.[25] De hecho, ya desde el 4 de enero de 1854, se había reportado un brote de la enfermedad en la Isla de San Thomas. Desde el puerto libre de dicha isla se mantenía un comercio activo con Puerto Rico y, particularmente, con el puerto de Naguabo desde el cual se exportaba ganado vacuno a dicho puerto. El contacto comercial con San Thomas parece haber sido el foco de contagio de la enfermedad.[26] A tenor con la creencia generalizada sobre los factores geográficos responsables de las epidemias, pocos meses antes del brote de la epidemia de cólera morbo, los Médicos Titulares advertían que se tenían que observar reglas de higiene en la población y atender el problema que representaban los deambulantes.[27]

     Las medidas profilácticas recomendadas para prevenir el posible brote de la enfermedad, nos permiten apreciar diversas prácticas culturales y condiciones de vida generales de la población de la isla para dicha época. Durante dicho periodo, las aguas usadas y negras generadas en las viviendas eran vertidas hacia las calles y a pozos sépticos. Mientras que las mujeres acostumbraban lavar la ropa fuera del pueblo; presumiblemente en algún cuerpo fluvial cercano. Resulta obvio que la matanza de animales se llevaba a cabo sin importar el tiempo que tomara el expendio de la carne y que proliferaba la crianza de aves de corral.[28]

El día 26 de agosto de 1855, la costa sur de la isla es azotada por el temporal San Ceferino (Guayama, Ponce, Guayanilla y Cabo Rojo).[29] Pocos días después, el 11 de noviembre de 1855, se reporta un brote de cólera morbo en el Partido de Naguabo y cual se extendió por la parte norte de Puerto Rico hasta el Partido de Camuy donde se reportó oficialmente el 11 de febrero de 1856.  La segunda fase de la epidemia azotó el Sur y el Oeste de Puerto Rico.  La epidemia dejó un saldo de 25,820 personas muertas en todo el país.De las estadísticas generales que se produjeron para estimar las bajas causadas por la epidemia en todo Puerto Rico, sabemos que se reportaron 212 muertes en Vega Baja y que ya para el 10 de diciembre de 1855, se había reportado oficialmente la primera baja.[30]

     El cólera morbo asiático es conocido como la enfermedad de los pobres y sigue representando un serio problema epidemiológico en los países del tercer Mundo.  De hecho, si se analiza las estadísticas de muerte encontramos que de las 25,820 personas muertas, 14,610 eran negros libres; 5,469, esclavos; y 5,341 blancos.  Es decir, que la muerte de negros libres y esclavos representó el 77.76 % de la totalidad de casos.  El cólera morbo asiático es producido por la bacteria Vibrio cholerae, la cual causa diarreas severas al contagiado.  La misma se transmite a los seres humanos por agua o por la comida.  En opinión de los epidemiólogos, el cólera es una de las enfermedades de consecuencias fatales más rápida.[31]

     Entrado el Siglo XX, se generaliza la idea entre los médicos que la epidemia era propaganda por la mosca doméstica.[32]Hemos podido identificar 285 personas que murieron durante el periodo de la epidemia.[33]  De hecho, la cifra total del registro de defunciones está cerca de la cantidad de personas que fueron reportadas oficialmente como víctimas de esta.   Lo mismo nos podría servir de base para identificar los barrios donde se sufrieron las bajas y, por ende, donde pudieron haberse establecido los cementerios provisionales.

     Coincidentemente, las primeras bajas registradas en dicho periodo corresponden a esclavos de la Hacienda Santa Inés de Don Ramón Soler Roig, entre las fechas del 10 al  26 de noviembre de 1855.  Ya para el 28 de noviembre se registran las primeras bajas de esclavos en La Hacienda San Vicente de Don Jacinto López Martínez.  Mientras que el 1 de diciembre la epidemia produce las primeras bajas en La Hacienda Matamba de Don Pedro Prado Aragón.  La primera persona libre muerta durante la epidemia fue José Pérez, de 50 años de edad, esposo de Bárbara Ilarraza, el cual muere el 1 de diciembre de 1855.  El 5 de diciembre comienzan las bajas de esclavos en La Hacienda La Felicidad de Don Francisco Irene Náter.  Mientras que el 11 de diciembre se reporta la muerte de varios esclavos de Don Lucas Pérez.  Para el 28 de diciembre muere un esclavo de La Hacienda La Rosario.

El 15 de enero de 1856, muere Don Ramón Giralt Rosell, de 40 años, dueño de La Hacienda Monserrate.  Ya para el 26 de febrero, sufren la baja de 4 esclavos como resultado de la epidemia.  Cuando finalizó la epidemia también habían sufrido la pérdida de esclavos Don Pablo Soliveras, Don Joaquín Navedo, Don José Miguel Torres y Don Andrés Antonio Navedo.  Nos parece que al menos en las haciendas pudieron haber existido cementerios de esclavos y que durante la epidemia se dispuso de los muertos en los mismos.  Murieron un total de 67 esclavos y 3 libertos.  Los cuales representaron el 23.50 % y el 1.05 % de la totalidad de bajas sufridas.  Los esclavistas más afectados por la epidemia fueron Don Ramón Soler Roig, con 24 esclavos muertos; Don Jacinto López Martínez, con 10; Don Pedro Prado Aragón, con 12; y Don Francisco Irene Náter, con 10. 

La epidemia comenzó en el barrio Cabo Caribe y de ahí se extendió a los barrios Pueblo, Ceiba y Sur de Cibuco.  De hecho, se trataba de los barrios de mayor desarrollo agrícola.  Debido al escaso número de muertes de esclavos sufridas por el resto de los esclavistas asumimos que sus respectivas dotes eran pequeñas y que, con toda probabilidad, se trataba de esclavos domésticos.

     Las bajas causadas por la epidemia no presentaron diferencias significativas por género.  El 54.73 % de las muertes fueron masculinas, mientras que el 45.26 % fueron femeninas.  La diferencia entre la cifra oficial y la que hemos documentado es de 73 personas, lo cual podría hacer cambiar el porcentaje presentado de conocerse el género de las mismas.  Aparenta haber afectado a todos los renglones por edad en aparente proporción con la población.  Sin embargo, resultaron ser los niños entre las edades de 0 a 10 años el sector más afectado.  Los decesos de niños de dichas edades representaron el 30.52 % de todas las muertes.

    Como medida para evitar la propagación de la epidemia se establecieron cordones sanitarios entre las poblaciones.  Se instruyó a enterrar en cementerios provisionales a los muertos.  Estos tenían que ser cubiertos de cal, con el propósito de desecarlos para eventualmente ser trasladados al cementerio principal de la población, el cual en ese momento era el cementerio provisional localizado hacia el Sur del pueblo.[34]  En los registros eclesiásticos de Vega Baja, el sacerdote José V. Dávila hacía constar en la partida correspondiente que el difunto “No recibió los santos oleos por no dar lugar la enfermedad”.  En la partida de defunción de Juliana Avilés de Arza, de 18 años, del 15 de febrero de 1856, apunta que la misma “Se encontró coleada”  La epidemia del cólera morbo asiático tuvo, sin lugar a dudas, unos efectos demográficos y culturales significativos para todo Puerto Rico.

     Una vez controlada la epidemia, el problema que representaba para la población la existencia de pantanos y lagunas seguiría siendo una preocupación local y regional.[35] Tal y como lo evidencia las continuas discusiones sobre el tema de parte de las autoridades municipales a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.[36] El recuerdo de la epidemia seguía presente en la población. Se cuestionaba si las fosas donde habían enterrados cadáveres víctimas de la epidemia, podían ser reutilizados. Pero la Real Subdelegación de Medicina entendía que “…que podría renovarse dicha infección abriendo fosas, en el terreno destinado a este objeto, para otros enterramientos y traería alarma en la población.”[37]


[1] 30 de junio de 1809 – 24 de marzo de 1820.

[2] Leyes del libro 4º Título 7, de la Recopilación de Indias, que tratan de la población de las ciudades y villas y pueblos. En Boletín Histórico de Puerto Rico. Publicación bimestral. Fundador-Director Dr. Cayetano Coll y Toste. Tomo VIII. San Juan, Puerto Rico. Tip. Cantero, Fernández & Co. 1921. Páginas 150-158.

[3]Murga, Monseñor Vicente. Historia documental de Puerto Rico. Volumen II. El juicio de Residencia, moderador democrático: Juicio de Residencia del Licenciado Sancho Velázquez, Juez de Residencia y Justicia Mayor de la Isla de San Juan (Puerto Rico), por el Licenciado Antonio de la Gama (1519-1520). Sevilla, 21 de diciembre de 1956. Página 53.

[4] Huerga, Alvaro. Ataques de los caribes a Puerto Rico en el siglo XVI. Historia Documental de Puerto Rico. Tomo XVI. San Juan, Puerto Rico. Academia Puertorriqueña de la Historia; Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe; Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. 2006. Página 135.

[5] Huerga, Alvaro. Cartas de los gobernadores (1580-1592). Historia Documental de Puerto Rico. Tomo XX. Volumen 2. San Juan, Puerto Rico. Academia Puertorriqueña de la Historia, Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, 2011. Página 103.

[6] Abbad y Lasierra, Fray Agustín Iñigo. Historia Geográfica, Civil y Natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Estudio preliminar de Isabel Gutiérrez del Arroyo. Editorial Universitaria. Río Piedras. 1979. Página 124.

[7] La información se publicó en 1765 bajo el título de “Relación circunstanciada del actual estado de la población, frutos y proporciones para fomento que tiene la isla de San Juan de Puerto Rico, con algunas ocurrencias sobre los medios conducentes a ello, formada para noticia de S.M. y de sus Ministros, por el Mariscal de Campo Alexandro O’Reylly, y de resulta de la visita general que acaba de hacer en la expresada Isla, para evacuar las comisiones que se ha dignado fiar a su celo la piedad del Rey”. En Fernández Méndez, Eugenio. Crónicas de Puerto Rico: Desde la conquista hasta nuestros días (1493-1955). Río Piedras, Puerto Rico. Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1981. Páginas 239-269.

[8] Primer libro de Actas del Ayuntamiento (1812-1836), sesión del 2 de enero de 1813. Colección particular: Sociedad de Investigaciones Arqueológicas e Históricas Sebuco, Inc.

[9] Córdova, Pedro Tomás. Gobierno del Mariscal de Campo Don Salvador Meléndez Bruna (30 de junio de 1809-24 de marzo de 1820.). En Memorias Geográficas, Históricas, Económicas y Estadísticas de la Isla de Puerto Rico. Tomo 3. Ediciones Borinquen, Editorial Coquí, San Juan de Puerto Rico, Segunda edición facsimilar, 1968. Primera Edición 1832. Página 305.

[10] Córdova, Pedro Tomás. Gobierno del brigadier D. Gonzalo Aróstegui y Herrera (7 de agosto de 1820-11 de febrero de 1822). En Memorias Geográficas, Históricas, Económicas y Estadísticas de la Isla de Puerto Rico. Tomo 3. Ediciones Borinquen, Editorial Coquí, San Juan de Puerto Rico, Segunda edición facsimilar, 1968. Primera Edición 1832. Página 444.

[11] La Junta de Sanidad de Vega Baja estaba integrada por el Teniente á Guerra Antonio Dávila, Padre Cura Párroco Vicente Martínez Valdés y el Sargento Mayor de Urbanos Vicente Ramón de Vega.

[12] Casa de campo del facultativo localizada a 2 leguas de la población.

[13] Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. En Boletín Histórico de Puerto Rico. Publicación bimestral. Fundador-Director Dr. Cayetano Coll y Toste. Tomo VII. San Juan, Puerto Rico. Tip. Cantero, Fernández & Co. 1920. Página 122.

[14] Oficio del 28 de diciembre de 1835, del Gobernador y Capitán General.

[15]Aunque durante la epidemia se contagiaron cuatro (4) esclavos, solo murieron 3. Dicha cifra contrasta marcadamente con la cantidad de esclavos muertos veinte años después durante la epidemia del cólera morbo donde se sufrió la baja de 67 esclavos.

[16] Los síntomas observados por los pacientes son descritos en los siguientes términos: “Calor intenso que se medía exactamente al tacto en toda la superficie del cuerpo, piel árida, lengua de color de violeta, seca y tan dura como una tabla; dificultad en la deglución; considerado este carácter, ya por la sequedad de la garganta, ó ya en razón de la inercia en que indubitablemente debían haber caído los músculos, dolor agudo en las vísceras, el vientre tenso y dolorido al tacto, deposiciones en Martínez, frecuentes, líquidas y de suma fetidez, extraídas con fajas mucosas y sanguíneas como anunciando la disentería; en ambos el hipo. El pulso con regularidad y más lento que en el estado de salud, conservando su plenitud, sin manifestar la debilidad proporcionada, á la languidez de la fuerza muscular. La arteria poco contraída, y parecía estar en un estado constante de su dilatación; los síntomas nerviosos aumentados de intensidad por haberles notado embotados los sentidos; las facultades intelectuales alteradas y casi en el estado de anonadamiento; sin voluntad ni deseo, y con suma indiferencia con los más caros de sus objetos; no pedían de beber, y permanecían acostados de espaldas descuidadamente; se aumentaban progresivamente los movimientos involuntarios á medida que se iban debilitando los sujetos á la voluntad; temblores de manos y la carfología, saltos de tendones, y diferentes movimientos espasmódicos; paralizada la vejiga de la orina, é hinchazón dolorosa en la región hipogástrica, con retención de orina; desvaríos, sin dormir, é inyectados los vasos sanguíneos de la túnica conjuntiva, y ligera contracción de ambos párpados.” Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. Op. Cit. Páginas 126-127.

[17] El temporal San Hipólito “Partió de los grados 16 latitud norte y 56 longitud oeste el dia 11 de agosto de 1835, y siguió un curso oesnoroeste pasando el día 12 por la isla de Antigua donde se registró una baja barométrica de 1 pulgada en menos de hora y media. De allí pasó a St. Kitts. Las pérdidas ocasionadas en Brimstone Hill excedieron de 3,000 libras esterlinas. Se dirigió entonces hacia Puerto Rico. El vórtice entró por Yabucoa entre 8 y 9 de la mañana del jueves 13, día de San Hipólito, en luna llena. Se sintió fuertemente en todos los pueblos del este y algunos del norte. Salió al Atlántico por la costa norte en las inmediaciones de Vega Baja, de 6 a 7 horas después. Fue un temporal de tipo A.” Salivia, Luis A. Historia de los temporales de Puerto Rico y las Antillas (1492 a 1970). San Juan, Puerto Rico. Editorial Edil, Inc. 1972. Páginas 168-169.

[18] Anota el facultativo que «El temporal que sufrió esta provincia el día 13 de agosto pasado, (1835) causó la desolación de casi toda especie de agricultura; por cuyo motivo han sobrevivido escaseses de los principales alimentos, con que se han nutrido desde su infancia los naturales, y son de su uso diario; aumentada su minoría en las familias indigentes, teniendo estas precisamente que sostenerse de otros á que no están acostumbrados, por carecer de recursos para obtenerlos de mejores principios, produciendo estos, lo mismo que otras causas unidas en el aire, insalubridad en sus habitantes.» Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. Op. Cit. Página 122.

[19] Observa el Lcdo. Miguel Cotto que «Las consecuencias de tales avenidas de los ríos, han sido siempre las de conducir en sus impetuosas corrientes, multitud de peces, cuadrúpedos, aves, reptiles é insectos ahogados, que la mayor parte de estos quedan depositados dentro de la espesura de los bosques, plantaciones, praderas, remansos de los mismos rios, ciénagas de aguas permanentes y de otras de esta clase que ocasionalmente se forman, y pantanos estables.» Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. Op. Cit. Página 122.

[20] Comenta Cotto que «Conceptuando ser la causa esencial y primitiva, y como origen de la epidemia que á pasos redoblados se iva estendiendo en la población y sus inmediaciones, los efluvios (y tal vez miasmas) que se elevan de una ciénaga pantanosa y diferentes balsas de agua llovediza, que existen al Leste y costado del Norte de la población, á muy pequeña distancia de esta, como se patentiza por el examen que he practicado de estas localidades: opinando también que si no se destruyen estos hogares de putrefacción por un método firme y activo, y con el zelo y energía que requieren causas tan trascendentales, conforme a los principios de higiene pública, ó que en fuerza del cambio de la estación se modifique la atmósfera; en las siguientes del calor, pueden muy bien repetirse escenas tal vez mas temibles y tristes, haciéndose general hacia los pueblos limítrofes, fundándome en el pequeño análisis que paso a exponer.» Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. Op. Cit. Página 123.

[21] Idem.

[22] Advierte el facultativo que «No lo es Excmo. Sr. sino en cumplimiento de lo mandado, bien y obsequio de esta antigua población que se halla situada en el trayecto del camino real, que está sumamente atrasada en vecindario y de riqueza agrícola sus campos, y que ahora que empieza a dar sus primeros pasos de agricultura, la beneficencia de V.E., lo mismo que á toda la Isla, dirigirá sus constantes desvelos hasta hacer que se verifique la desecación de estos pantanos, como asimismo se está notando con trabajos útiles y concluidos de igual naturaleza mandados ejecutar por V.E. en diferentes pueblos…» Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. Op. Cit. Página Página 126.      

[23] La Real Subdelegación de Medicina fue creada por Real Decreto del 28 de febrero de 1839. Estuvo integrada por don José Martorell, Presidente; don José Castelar y don Joaquín Bosch, Vocales; y don Vicente Acuña, Secretario. Quevedo Báez, Manuel. Historia de la medicina y cirugía de Puerto Rico. Volumen I. San Juan, Puerto Rico. Asociación Médica de Puerto Rico. 1946. Página 56.

[24] Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Páginas 137-138.

[25] Betances, Ramón E. El Cólera: su historia, medidas profilácticas, síntomas y algo de introducción a su trabajo. En Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Página 295.

[26] Morales Carrión, Arturo. Auge y decadencia de la trata negrera en Puerto Rico (1820-1860). San Juan de Puerto Rico. Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Instituto de Cultura Puertorriqueña. 1978. Páginas 206-211.

[27] Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Página 167.

[28] Idem.

[29] Salivia, Luis. Op. Cit. Páginas 188-189.

[30] Barrios, Angel de. Antropología Socioeconómica en el Caribe.  Puerto Rico – Mayagüez – 1840-75.  1974. Páginas 287 – 291. 

[31] En la literatura médica se apunta que  “Una persona saludable puede sentirse hypotensiva en una hora al aflorar los síntomas y puede morir dentro de 2 a 3 horas si no se le da tratamiento.  Más comúnmente, la enfermedad progresa de la primera evacuación líquida a “shock” de 4 a 12 horas, seguido de la muerte en 18 horas a varios dias.”

[32] Dr. Cayetano Coll y Toste, Cayetano. Como fue la Invasión del Cólera Morbo en esta Isla en el Siglo XIX. En Boletín Histórico de Puerto Rico. Tomo VI. 1918. Página 215-217.

[33] Libro de Defunciones 7 – 8 (1854 – 1856). Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Vega Baja.

[34] A diez (10) años de la epidemia la Real Subdelegación de Medicina “… recomienda que, ese terreno, sea cubierto con una capa de cal viva y que, además, se siembre en él, para neutralizar las emanaciones y destruir los principios, que pudieran existir, cuando hubiere necesidad de remover para objeto igual, al que ahora se desea.” Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Página 209.

[35] Por ejemplo, el 12 de junio de 1858, el Director de Obras Públicas le propone al Capitán General la construcción de un dique o un puente sobre el Caño Tiburones y éste consulta a la Real Subdelegación de Medicina, la cual le recomienda la desecación de todo el terreno. Sin embargo, el Capitán General concluyó que era preferible la canalización del caño. Expediente sobre desecación del Caño de Tiburones de Arecibo, 12 de junio de 1858. En  Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Páginas 189-190.

[36] Comenta el Dr. Cayetano Coll y Toste que para 1920, año de publicación del Tomo 7 del Boletín Histórico de Puerto Rico, “…se encuentran poco mas o menos los alrededores de Vega Baja en las malas condiciones de salubridad pública, que describe el Dr. Cotto en 1836.” Memoria formada de orden del gobierno, sobre la enfermedad epidémica que se observó a fines del año próximo pasado en el pueblo de Vega-Baja y sus inmediaciones. En Boletín Histórico de Puerto Rico. Publicación bimestral. Fundador-Director Dr. Cayetano Coll y Toste. Tomo VII. San Juan, Puerto Rico. Tip. Cantero, Fernández & Co. 1920. Página 122.Página 126.

[37] Quevedo Báez, Manuel. Op. Cit. Páginas 208-209.

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